Cada vez que veo mi bandera, me inspiro

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Por Granma | 27 febrero, 2025 |
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FOTO/ Play-Off Magazine

Para cualquier país es un privilegio, un manantial inagotable de orgullo tener al mejor del mundo en cualquier esfera de la vida. Pero cuando eso sucede en uno pequeñito, hostigado por el imperio más poderoso que ha conocido la humanidad, con una economía subdesarrollada; en otras palabras, en una nación del Sur, la magnitud de la hazaña es, sencillamente, colosal.

Cuba ha tenido a varios de los primeros del planeta en el deporte y, aunque creamos saber todo sobre ellos, siempre nos sorprenden sus revelaciones. Si no, pregúntenle a Javier Sotomayor, el Príncipe de las Alturas, el saltanubes, o simplemente el Soto.

Entre otras muchas deidades que son nuestras glorias deportivas, el del pueblito de Limonar contó que, en los Juegos Panamericanos de 1991, estuvo a punto de «morir». «Pocos conocen esta anécdota, solo los más cercanos a mí saben algo de ella».

A esa cita continental, en la que la Mayor de las Antillas hizo historia, al destronar a Estados Unidos de la cima del medallero, llegó con la etiqueta de recordista mundial, con su salto de 2,44, el 29 de julio de 1989, en San Juan. Ya era el hombre de más vuelos sobre los 2,40 metros, con seis, incluyendo sus dos registros de 2,43, que fueron también cotas del planeta: una a cielo abierto y otra bajo techo.

«No tenía opción que no fuera la de ganar, ante rivales de consideración, como el bahamés Troy Kemp, quien era muy combativo, por eso fue medallista mundial; y asistió, también, el estadounidense Hollis Conway, uno de los 15 que logró sobrepasar 2,40, precisamente en marzo de ese mismo 1991.

«Comencé en 2,20, algo que no hacía mucho, pues solía empezar más arriba. Lo vencí en el primer intento, igual que Kemp y Conway, y la varilla la pusimos en 2,29; ellos la pasaron en su primera vez, pero yo tenía ya dos fallos, quería morirme, que me tragara la tierra. Fui obligado a renunciar al tercero, y jugármela a un salto: en 2,32.

«Sí, era una altura que dominaba; sin embargo, doblegarla en un intento, y obligado, era retador y, como si fuera poco, con Fidel en la grada, apoyándome. Me concentré, miré la bandera, porque cada vez que la veo me inspira –aun hoy–, y arranqué para dar el salto más difícil de mi carrera, aunque estaba seguro de que lo lograría, y así fue. Vi, de reojo, al Comandante sonreír, relajado, feliz, y yo puse a mis rivales contra la pared. Les sería difícil el 2,35, pues tenían que hacerlo a la primera».

Sotomayor dijo que ya ellos cumplieron, pero aún pueden hacer más. «No soy entrenador, tengo mucho respeto por ellos, pero sí puedo hablar con los protagonistas de hoy, darle un consejo. No es que uno sea el ombligo del mundo, pero podemos inspirar. Yo tenía mis referentes, Stevenson y Juantorena. Un día el corredor fue a Limonar a visitar a unos vecinos de mi casa, fue la primera vez que lo vi cerquita, y dije: “¡Coño! ¡Juantorena!”. Me electrizó el alma, y cada vez que estuvo en mis competencias, era un motor que hacía que me elevara».

Narró entonces que tuvo la suerte de estar en la mejor marca de sus compañeros Jorge L. Alfaro, Francisco Centelles y de Luis E. Zayas. «A lo mejor los inspiré. Entonces, hoy seguimos con la misma responsabilidad con Cuba que cuando competíamos».

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