
La virtud de amar y cuidar, como si en ello le fuera la vida, es una cualidad de Noralis García Céspedes. Cuando toma en sus manos el estetoscopio, mientras comprueba los signos vitales del paciente, revive aquel juego que de niña ocupaba sus sueños de ser enfermera.
El anhelo de ayudar a levantar a quienes ven desfallecer sus fuerzas fue estímulo. De las largas horas acurrucando entre brazos a la muñeca, de inventarse síntomas para darle la cucharada de medicina o pincharle con la jeringuilla que la dejó tristemente agujereada, emergió la mujer valiente que desafía la enfermedad y vence el dolor con el cariño.
“Me siento muy agradecida por la profesión que ejerzo. Me ha permitido ayudar a muchas personas, demostrar que, a pesar de ser una carrera de sacrificios, es muy hermoso y estimulante ver la recuperación de los pacientes. Cuando se reincorporan a la sociedad y escuchas a sus familiares expresar: ¡Gracias, seño!, sabes que no ha sido en vano cada hora de desvelo.
“Aun en momentos difíciles, cuando la evolución del enfermo no es la esperada, que observen y reconozcan nuestro interés y dedicación se vuelve un impulso para perseverar en la atención”.
A 34 años de ejercicio, permanece en ella aquel deseo de sanar con amor, que otorga un brillo especial a sus ojos, desde su egreso como Licenciada en Enfermería, el 16 de julio de 1990.
“Siempre tuve la mirada en auxiliar al prójimo, en dedicar lo mejor de mí a esos seres, que sumidos en dolor, precisan de actos sensibles y de corazones dispuestos a salirse del pecho para devolver el latido alegre al de los enfermos. Sin dudas, es una ayuda para fortalecer el carácter y poner el bienestar de otros por encima del propio”.
En sus palabras, va implícita más que elocuencia. Incluye la pureza de una vocación, la compasión y el sentido humanista de esta fémina manzanillera que integra el colectivo del Hospital psiquiátrico provincial Manuel Fajardo Rivero, de la Ciudad del Golfo de Guacanayabo.
“Desde que me gradué, allí estoy, consciente de que la labor de enfermería es muy importante en todas las especialidades; pero demandante de mayor compromiso, dedicación y paciencia en el campo de la psiquiatría. Porque es entregarse a la atención de este grupo de personas que sufren de enfermedades mentales, que llevan años padeciendo y que repercuten en sus familias.
“Hasta esos hogares se extiende la bondad de la profesión. Cuando nosotros redoblamos la atención, a los familiares llega también el sosiego de saberles en manos responsables y en ambientes seguros. No lo hacemos solos, sino como un equipo, que se despoja de las preocupaciones de la casa y se entrega a brindar lo mejor por nuestros pacientes”.
Quien la conoce sabe de su condición humilde y sencillez; cómo se desprende de sí para asirse al brazo del enfermo y ser su sostén, su compañía. “Es el amor por el trabajo lo que nos permite entrar en la mañana y, como decimos nosotros, no sabemos cuándo salimos, pero, siempre contamos con la familia, vecinos, amigos, que, en muchas ocasiones, son el apoyo para que cumplamos con eficiencia el deber”.
García Céspedes escribe hoy páginas al servicio de la sanidad en la República Bolivariana de Venezuela. El suyo es como el de miles que en gesto altruista destila el dulzor de la solidaridad cubana por los rincones del mundo. “Es la segunda oportunidad de ofrecer mis servicios y afectos a este pueblo. Anteriormente trabajé en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI), en la atención a pacientes ambulatorios y hospitalizados. En estos momentos, estoy en un centro oftalmológico de la Misión Milagro, como enfermera en la línea preoperatoria”.
De aliento y esperanza, de vida nueva en luz, son las palabras que imagino salen de sus labios para exhortar a los dolientes. “Es una experiencia maravillosa. No podré olvidar las caras de alegría y las expresiones de agradecimiento de familiares y de quienes reciben el tratamiento quirúrgico, y les regresa la visión”.
Tampoco olvidará a Marcos, el pequeño de apenas unos meses de nacido que una madre desesperada llevó casi sin vida al CDI durante su primera misión. “Recuerdo que lo reanimamos otra enfermera y yo. Lo importante era salvarlo sin perder tiempo; lo estabilizamos y enviamos al hospital. Luego supimos que estaba recuperado, y como madre y profesional, conservo el regocijo de saberle con vida”.
De estas experiencias, se nutre para permanecer a la cabecera de quien la necesita. Defiende, desde la ética profesional, la nobleza de su carrera y la sensibilidad de su género.
“Ser mujer y cubana nos distingue, porque nos entregamos a la labor, no importa la situación. Nos gusta hacerlo todo con excelencia. Somos esforzadas. Cuidamos a nuestras familias y vemos al paciente como si fuera parte de ella, para velar por su placidez sin barreras”.
El sentido del deber con los semejantes resulta admirable en Noralis. Servir y hacer el bien es don que, desde la profesión, ella comparte, porque, asegura, “la enfermería es dar más allá de la frontera, de la cultura, del credo religioso, de la raza, de la ideología, de la condición humana. Es dar amor sobre amor”.