Un vuelo con muchas escalas

RECUERDOS DE UN PIONERO DEL INTERNACIONALISMO EN EL SECTOR DE LA SALUD
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Por Orlando Fombellida Claro | 8 enero, 2022 |
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En octubre de 2017, en ocasión de la celebración del aniversario 50 de la fundación del hospital Carlos Manuel de Céspedes, Rafael Conrado Laffita Espinosa (en el centro) recibe certificado de reconocimiento FOTO/Luis C. Palacios Leyva

La publicación en la edición en papel del semanario La Demajagua, este sábado 8 de enero de 2022, del fallecimiento en Bayamo de Rafael Conrado Laffita Espinosa, me motivó a buscar en mi archivo personal el texto de la entrevista que le hice en 2012 y publiqué en septiembre de ese año en la mencionada publicación, la cual reproduzco textualmente a continuación.

Al sentir que el avión levantó la nariz y comenzó a tomar altura, se reclinó en el asiento, cerró los ojos y pensó en la comprensiva mujer dejada atrás, preguntándose cuánto tardaría en volverla a ver. Cuando los abrió, miró hacia abajo por la ventanilla cercana hasta dejar atrás los campos habaneros y aparecer el mar.

Un rato más tarde los motores de la aeronave ronroneaban rítmicamente y su avance era apacible, salvo esporádicos estremecimientos.

Estaba al nivel de las nubes, rumbo a un lugar desconocido, porque al planteársele poco tiempo antes la necesidad de que cumpliera una misión importante y preguntársele si estaba dispuesto, respondió: -¡Claro hombre, cómo no!

-¿Es casado? -interrogó el interlocutor.

-Sí.

-¿Con quién vive?

-Con mi esposa.

-Está bien. Se le avisará.

Le avisaron: “Prepárese, va para La Habana”. Pasados unos días le comunican: “Vuelas mañana”.

El avión hizo escalas en Madrid, Berlín, Moscú, Tailandia, Rangún (antigua Birmania, actual Myanmar) y Vientiane; 22 horas después de haber partido de la capital cubana concluyó la travesía en Vietnam.

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Aunque sucedió hace 38 años y el tiene 84 de edad, Rafael Conrado Laffita Espinosa recuerda con nitidez aquel largo viaje en octubre de 1974 y acontecimientos de los cuales fue uno de los protagonistas durante 13 meses.

Sentado en la sala de su hogar, en la calle Mármol de la ciudad de Bayamo, sudeste de Cuba, un ventilador Órbita en máxima velocidad para combatir el bochorno de una tarde estival, rememora aquel suceso, uno de los más significativos en su vida.

Formaba parte, como anestesista, de un equipo médico que fue a dar solidaria colaboración en zonas recién liberadas de Laos.

Una información sobre la despedida a esa delegación dice que la integraban los médicos Rodolfo Pérez, Alfredo A. Hernández e Iliana Chio; las enfermeras Micaela Reyes Caballero, Yamilé Muñoz León, Magaly Iglesias y Mirsa Delia Duharte; y los técnicos Diego F. Naranjo, Humberto Marín Iglesias y Rafael Conrado Laffita Espinosa.

Tras permanecer 13 días en la tierra de Ho Chi Minh, el grupo viaja por carretera hacia Sanneua. Al rendir viaje  el vehículo, los pasajeros descienden, atraviesan un pequeño arrozal y van al hospital en el cual laborarán.

“Estaba instalado en una cueva hecha en la base de una loma, la entrada medía siete metros de altura, la consulta  era rústica: una mesita y un taburete para el paciente. Al ver aquello dije: ¡hay mi madre! ”, cuenta Laffita Espinosa.

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Antes de dormirse esa noche, escuchó el ruido de una manada de elefantes que pasó cerca. Al alejarse los pesados animales retrocedió en el tiempo y se vio estudiante de enfermería en el hospital Mazorra, su alegría al graduarse en 1954 y comenzar a trabajar en el hospital infantil General Milanés, en Bayamo.

La petición, en 1961, de que se hiciera técnico en anestesia,    dada la escasez de esos especialistas, al emigrar algunos de los antes existentes. Retornó, titulado en la nueva especialidad,  al pediátrico bayamés, en el cual forma equipo con el doctor Mario Hernández Carrillo y labora, también, en la clínica Las Mercedes y en la de Lino León.

A la 1:00 de la madrugada tiene que interrumpir sus recuerdos, lo saca de la cama el llamado a participar en su primer caso en aquellos parajes: una cesárea.

Al llegar junto a la paciente solicita los análisis que pensó le habían realizado, al escuchar que no le  hacen uno de urgencia y se alarma: ¡un millón de glóbulos rojos! Con esa anemia, aquí no puedes caminar, te caes.

-¿Qué tengo para trabajar?

-Barbitúrico.

-¿?

-¡Cierra los ojos y dale!

Hace lo contrario, los abre todo lo posible hasta el exitoso final de la cirugía.

-Meses más tarde, a un soviético, piloto de helicóptero, le da un dolor, lo llevan a nuestro hospital y el cirujano dice: apendicitis. Hay que operarlo. Imagínese usted, un hombre de 243 libras, no se me olvida.

Digo, ¿oyeee, con qué vamos a trabajar? Tú sabes lo que hay aquí, lo que es el barbitúrico. A ese paciente tengo que ponerle como 10 gramos, si en Cuba ven que doy anestesia solo con Thiopental caigo preso.

-Pero estamos donde estamos y hay que hacerlo -me respondieron.

Mientras lo operaban me preguntaba cómo cerrar la herida, pues no teníamos relajante muscular y aquel hombre resoplaba como un búfalo. Empujando y con una compresa de agua tibia encima lo conseguimos.

El caso salió bien. Al marcharse el aviador yo decía: aplaudan, que todavía estoy nervioso.

Una Air-Viva,  maquinita  con un balón y una mascarita para oxigenar en forma manual, era el equipo disponible para resucitar.

Rafael Laffita explica que aquella brigada médica practicó 11 operaciones, las más frecuentes por caídas de las montañas. “Ninguna de hernia o vesícula. A un niño de dos años se le extrajo un cálculo enorme, de seis o siete onzas, de la vejiga, debido al agua cargada de calcio”.

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No eran tiempos de correos electrónicos y teléfonos celulares. El anestesista partió de su patria en octubre de 1974 y el primer mensaje de la esposa lo recibió a mediados de enero del año siguiente.

En lo adelante, cada tres meses llegaba la valija, recibía periódicos, tabacos y 10, 12, 15 cartas, que leía 10, 12, 15 veces.

También cada tres meses el grupo era llevado a Hanoi, donde lo hospedaban en un hotel y recorrían la ciudad de anchas calles, mientras los ancianos de blancas y luengas barbas sentados en los portales los saludaban con la palabra Cuba, Cuba, y ellos respondían: Ho Chi Minh, Ho Chi Minh, mientras simpáticos niños los cogían de la mano y les mostraban los lugares de interés.

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Llega el añorado retorno. En un despacho fechado en Hanoi el 6 de diciembre de 1975, la  agencia de noticias Prensa Latina (PL) informa que el equipo recibió de las autoridades laotinas la Orden de primera clase de la independencia de Laos, diploma otorgado por el príncipe Souehanouvong,  presidente de la república, “por su labor asistencial en distintas zonas del país”.

Añade PL: “El jefe del Comité para la salud del Frente Patriótico Ketan Maleton en su informe sobre el trabajo de la delegación médica cubana  dijo que el grupo se distinguió, además, en el aspecto docente, investigación de algunas enfermedades y la creación de un círculo infantil y una escuela de enfermeros”.
En Cuba, la prensa informó: Confieren la “Orden de la independencia  de Laos” a delegación médica cubana.

La misión médica internacionalista que acaba de regresar a nuestro país, se reunió ayer con el ministro, doctor José A. Gutiérrez.

La misión médica cubana que realizó durante 13 meses una intensa labor asistencial y docente en la zona Sanneua, en Laos, sostuvo un encuentro en la mañana de ayer con el doctor José A. Gutiérrez Muñiz, ministro de Salud Pública, en la sede central del Minsap.

El doctor Félix Álvarez Rodríguez, que presidió la misión internacionalista, informó que el Gobierno de ese hermano país confirió al colectivo, integrado por 11 compañeros, la medalla Orden de la independencia de Laos, primera clase, en reconocimiento al trabajo.

Gutiérrez Muñiz intervino para decir que el museo histórico de la ciencia Carlos J. Finlay sería un lugar adecuado  para conservar y poner las órdenes concedidas  a nuestros colectivos médicos  por su labor internacionalista y sugirió que “podríamos comenzar de inmediato esta tarea con la que recibieron ustedes”.

Al llegar a suelo patrio les dieron la bienvenida el ministro de Salud Pública, doctor José A. Gutiérrez, y  funcionarios de ese organismo.

El transporte previsto tardaba y Rafael Laffita se desesperaba, gestionó un pasaje y viajó a la Ciudad Monumento Nacional. Al día siguiente entregó un modesto presente a cada vecino y, vencido el tiempo de vacaciones, volvió al hospital Carlos Manuel de Céspedes, en el que se jubiló tras más de cuatro décadas de servicios.

Sin duda, uno de los pioneros en la actual provincia de Granma en cumplir misión internacionalista de Salud, cierra el álbum de recuerdos, en cuya portada se lee: “Sin el internacionalismo proletario no habría jamás conciencia comunista”.

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