Éramos el apoyo de la Sierra

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Por Yelandi Milanés Guardia | 16 diciembre, 2020 |
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FOTO Rafael Martínez Arias

Con apenas 14 años Rosa Lilian González Paneque anhelaba derrocar la dictadura batistiana, y para materializar ese sueño, se inmiscuyó en las actividades clandestinas desde su Julia natal. Ella, como otros compañeros, apostaban por este medio de lucha para cambiar la penosa situación existente en Cuba.

Desde el año 1954 realizó acciones conspirativas, como integrante de la juventud del Partido Socialista Popular (PSP), hasta que esta organización se unió al Movimiento 26 de Julio (M-26-7) y trabajaron en conjunto para alcanzar la independencia definitiva.

Al instalarse su familia en 1955 en Bayamo, se incrementaron las tareas que cumplía, pues en esta ciudad eran mayores los retos.

Las primeras actividades consistían en la distribución de propaganda revolucionaria y la revista Mella, luego se dedicó a recibir ropa y mensajes que repartía en diferentes lugares o los enviaba al Ejército Rebelde.

“En la Ciudad Monumento Nacional comencé a colaborar con el santiaguero Sergio Rodríguez, que nos traía a papá y a mi vestimenta verde olivo, mensajes y otros paquetes destinados al M-26-7.

“Gran parte de la correspondencia se remitía para la Sierra Maestra, y era tanta la discreción y el respeto, que nunca abrimos una carta para saber cuál era su contenido.

“Aunque me encontraba en la actual capital provincial, nunca dejé de vincularme con el trabajo clandestino en otros pueblos, pues varias veces fui enviada a hacer contacto en Mabay, Julia, Humilladero y Jiguaní, territorios a los cuales muchas veces me dirigía a pie.

“Yo realizaba muchas tareas porque mi progenitor estaba muy vinculado al PSP y luego al M-26-7. Por esas razones era muy perseguido y tenía que cambiar constantemente de lugar.

“Aunque era muy joven participaba en las reuniones, y en algunas ocasiones tuve que velar para que nadie se acercara a husmear nuestros encuentros secretos”.

“Siempre cumplí todas las tareas y quienes me orientaban misiones eran –fundamentalmente- mi padre Joaquín González, Delfín y Julio Báez, además de Elba Guerra, mujer destacada en la lucha clandestina”.

Refiriéndose a los peligros que enfrentaban recordó la anécdota relacionada con la figura de su papá, pues en una ocasión un hombre de Pompita que tenía el mismo nombre, le dieron una paliza que lo mandaron grave para el hospital General Milanés, única instalación sanitaria en Bayamo, lo cual nos dio la medida de cuanto peligro representaba para los esbirros batistianos la figura del autor de mis días.

“Yo también corría riesgos, pero mi mayor preocupación era que me agarraran con algún paquete o mensaje de los que debía distribuir, y que no llegaran a su destino”.

González Paneque confiesa que con el paso del tiempo fue ganando experiencia y gracias a la labor conspirativa, creció en ella y en sus compañeros la conciencia de que en ese régimen los pobres no tenían oportunidades ni posibilidad de mejorar su situación. “El sistema solo beneficiaba a los ricos y poderosos, además de que existían muchos atropellos y maltratos con las clases más bajas de la sociedad. Era necesario hacer algo por el cambio y eso fue lo que nos lanzó a la lucha.

“Un ejemplo de lo anteriormente dicho fue la barbarie cometida contra jóvenes bayameses la noche del 21 de octubre de 1957, conocida como la noche del terror. Fue, sin dudas, un triste hecho que nos impactó mucho”.

Interrogada sobre el papel desempeñado por la clandestinidad, expresó que si era peligroso estar en la Sierra Maestra por los combates que allí se libraban, también era arriesgado estar en la ciudad y ser perseguido o vigilado por tus actividades, lo cual podría desencadenar en un asesinato por parte de los sicarios.

“Asimismo, éramos la base, el apoyo y el sustento de la guerra en las serranías, además de garantizar la comunicación entre el llano y las montañas. Un paso esencial en la consecución de nuestros fines fue la unión de algunas organizaciones con el M-26-7, porque a partir de entonces, se aceleró la caída de la tiranía.

“Eran tiempos muy duros y –lamentablemente- muchos se olvidan de ello. En el caso de los más jóvenes les cuesta trabajo concebir esa cruda realidad, pero eso fue lo que nos impulsó a remover los cimientos de aquel sistema, que tenía en su base la pobreza e injusticia social”.

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