Aún se nos acelera el pulso  cuando repasamos  las escenas de aquel 7 de diciembre: retratos posados en los féretros gloriosos, lágrimas rodando por mejillas lozanas o longevas, manos apretadas en las filas enormes,  el discurso estremecedor de Fidel en el Cacahual, los abrazos a los que regresaron con el escudo desde lejanas tierras africanas.

Han pasado 30 años desde el toque solemne de corneta, desde que la Operación Tributo se convirtió en referencia obligada para un país completo, en marca para millares de compatriotas que se curtieron en el ejercicio del internacionalismo verdadero y llegaron a casa sin un miligramo de marfil.

Han transcurrido tres décadas desde que colocamos en los latidos de la tierra nuestra los osarios gloriosos de mártires cercanos y culminó la gesta dura, la que cambió para siempre el rostro y la vida del continente-raíz.

Hoy las mismas calles vuelven a presenciar el homenaje a esos héroes, a Panchito Gómez Toro, al Maceo que se hizo Titán y bronce en la entraña de Cuba. Hoy retornamos al sitio donde reposan los seres a los que nunca deberían de faltarles los homenajes y las flores.