El viaje sin fin de un precioso cascabel

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Por Osviel Castro Medel | 26 febrero, 2018 |
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FOTO/ Rafael Martínez Arias

MANZANILLO, Granma.— Algunos han vibrado cuando la han visto. Se han conmocionado cuando han conocido las historias y secretos que encierra.

«Yo me ericé varias veces ante ella. He hablado con ella, hasta le he pedido deseos. Significa mucho para Cuba, resulta imposible describirlo», dice estremecido el historiador César Martín García, un hombre cuyos ojos ya no pueden ver la luz, pero quien es capaz de mirar con el sol de su corazón y su palabra.

Él se refiere a la campana de La Demajagua, ese símbolo precioso del cual desconocemos detalles, y que ahora viene a estas páginas porque estamos evocando a Carlos Manuel de Céspedes —caído en combate el 27 de febrero de 1874—, aquel patricio que convirtió el sonido del cascabel de su ingenio en un llamado a ponerle vuelo a la nación.

César, quien trabajó 28 años en el Parque Nacional La Demajagua, hechizando con sus relatos a cuantos pasaron por allí, está entre las personas privilegiadas porque conoce los pormenores de esa pieza, de 59 centímetros de altura y 204,5 libras de peso, concluida en 1859 en Francia.

Es una lástima que su libro digital La Demajagua y sus símbolos no haya sido impreso todavía o que los jóvenes del país no lo tengan —tecnología mediante— en las escuelas. Aprenderían que esa campana de bronce fue bombardeada, estuvo abandonada, provocó disputas, resultó robada y hasta sufrió «traumas».

Ella simboliza, como dice el historiador, más que el comienzo y la continuidad de un proceso independentista. El 10 de octubre de 1868 el Iniciador la hizo sonar también para liberar a sus 53 esclavos y llamarlos «ciudadanos», un calificativo extensivo a más de 300 000 personas que vivían en Cuba sin libertad.

Rescate del olvido

La campana llegó al ingenio Demajagua —con el tiempo empezaron a nombrarlo La Demajagua— en 1860, cuando la finca era propiedad de Francisco Javier de Céspedes, hermano de Carlos Manuel. Allí estuvo «tranquila» hasta que el día cumbre «Miguel García Pavón, hombre de gran confianza de Carlos Manuel de Céspedes golpeó constantemente el badajo contra el bronce para convocar a negros y blancos a compartir sacrificio y voluntades», como relata César García en su texto.

Se ha escrito mucho sobre el levantamiento, pero menos divulgado es el bombardeo que sufrió, desde un barco español, la propiedad del patriota. Quedó destruida aquel 17 de octubre de 1868.

La pieza estuvo entre los hierros sobrevivientes del central; pero en 1869 fue llevada a la finca manzanillera La Esperanza, donde permaneció durante 31 años «debajo del piso del segundo departamento del barracón de esclavos de aquel ingenio».

En octubre de 1900, por gestiones del puertorriqueño Modesto Tirado, primer alcalde de Manzanillo y Comandante del Ejército Libertador, se transportó solemnemente al salón de sesiones de la alcaldía de la Ciudad del Golfo, según relatan Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo en el libro Dos fechas históricas.

Por cierto, la vida de ese boricua ilustre tendremos que divulgarla más, no solo por sus obras en Manzanillo, sino porque fue amigo de José Martí y ayudante de campo del general José Maceo.

Volviendo a la campana, esta fue sacada de La Esperanza por una comisión de patriotas, quienes la llevaron hasta el Ayuntamiento. El mayor general Bartolomé Masó Márquez, el segundo de Céspedes en La Demajagua, pronunció uno de los tres emocionados discursos por aquel rescate.

Dieciocho años después, en saludo al medio siglo del 10 de Octubre, cuatro mambises, entre los que estaba el general Francisco Estrada, la movieron a la capital cubana, desde donde retornó al Ayuntamiento. En el Gobierno de Machado, en 1926 y 1929, hubo intentos de llevarla nuevamente para hacer propaganda política, pero los manzanilleros lo impidieron.

Robo y desagravio

En 1947, el presidente de la República, Ramón Grau San Martín, quien pretendía la reelección, comisionó a su ministro de Gobernación, Alejo Cossío, para que buscara en Manzanillo la reliquia histórica, la cual presidiría el acto por el 79 aniversario del grito independentista.

Según relata el periodista Pedro Antonio García en la revista Bohemia, el enviado del mandatario viajó a la Ciudad del Golfo en octubre del referido año. Mas, los manzanilleros lo recibieron con total repulsa. Incluso, uno de los concejales locales le dijo a la cara: «Se lo han llevado todo y ahora quieren llevarse hasta la campana (…) no se la dejaremos llevar, porque lo que harían con ella sería ultrajarla».

Fue entonces cuando Fidel Castro, vicepresidente de la escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, le propuso a la dirección de la FEU —en la cual se encontraba Alfredo Guevara— llevar la histórica reliquia a La Habana para protestar en un gran acto contra el Gobierno.

Al propio Fidel se le dio la encomienda de pedir prestada la campana. El futuro abogado, acompañado de Lionel Soto, se presentó ante el presidente de la Delegación de Veteranos, el soldado Manuel Berro Reyes, y ante Modesto Tirado Avilés, presidente de los Hijos y Nietos de Veteranos de Manzanillo.

Los manzanilleros aceptaron entregar temporalmente la pieza. A principios de noviembre de 1947 el dirigente estudiantil viajó en tren a La Habana con la campana.

Junto a Fidel y a Soto iban veteranos manzanilleros de la guerra de independencia. Llegada a la terminal habanera, fue transportada en hombros por estudiantes universitarios, quienes la colocaron en un vehículo; este, según el trabajo periodístico de Pedro Antonio García, «marchó por las calles Zulueta, Neptuno, Belascoaín, San Lázaro hasta la Universidad, donde una multitud delirante vitoreó su llegada».

El valioso cascabel se situó en el salón de los mártires, cubierto por una bandera de Carlos Manuel de Céspedes y quedó bajo custodia de los estudiantes, quienes, por disposición de Fidel, montaron turnos de guardia.

Sin embargo, en la madrugada del 6 de noviembre, la campana resultó robada por un grupo gansteril, comandado por Eufemio Fernández Larrea, quien cumplió órdenes del ministro de Educación, José Manuel Alemán.

Se pretendía así boicotear el mitin convocado para la noche de ese día. De todos modos la congregación se realizó; tuvo como incentivo la indignación masiva por el robo.

En el acto, cuenta la periodista Adelina Vázquez, Fidel calificó el hurto de «inaudito y de ultraje a la reliquia de la República». A la sazón, las protestas comenzaron a llover en la capital y en Manzanillo, que prácticamente se paralizó. La situación se tornó tan compleja que los ladrones, tras haberla escondido en la casa de uno de ellos, tuvieron que deshacerse de esta: la lanzaron al portal del general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo. Él la llevó al mismísimo Grau, quien, en conferencia de prensa, anunció el «hallazgo».

Las manifestaciones se mantuvieron pues algunos en el Gobierno preten-dían dejar la campana en La Habana; unos propusieron el Capitolio como paradero final y otros hablaron de un puesto distinto al del Ayuntamiento de Manzanillo.

Esa ciudad volvió a enardecerse con el lema colectivo de «Que nos devuelvan la campana»; los estudiantes también se acaloraron. Finalmente, el 12 de noviembre de 1947 la pieza fue devuelta, por avión, al Ayuntamiento de Manzanillo. Allí permaneció hasta que en 1968, en la inauguración del Parque Nacional La Demajagua, se trasladó a ese sitio. En tal fecha Fidel pronunció un memorable discurso en el que sentenció: «En Cuba solo ha habido una revolución:  la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instante».

Momentos cumbres

Después de ser ubicada en el Parque Nacional La Demajagua fue desmontada oficialmente de ese sitio solo cuatro veces: el 30 de marzo de 1987, cuando jóvenes de Granma la llevaron al 5to. Congreso de la UJC, celebrado en abril en la capital cubana; en octubre de 1991 cuando se transportó a Santiago de Cuba para el 4to. Congreso del Partido; en febrero de 1995 para la Sesión Solemne de la Asamblea Nacional del Poder Popular con motivo de los cien años del levantamiento del 24 de febrero; y en octubre de 2017 para el acto político y ceremonia militar de inhumación de los restos del Padre de la Patria y Mariana Grajales.

Sin embargo, César García revela que en otras ocasiones, a raíz de los ciclones tropicales, ha sido desmontada «por seis o siete compañeros» para protegerla.

Ahora permanece en La Demajagua, con su palpitar constante, no ya para llamar a esclavos, sino para seguir convocándonos a la lucha y a la victoria. ( Tomado del diario Juventud Rebelde)

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