Otra vez empacó no más que el abrazo de los suyos, se encomendó a la suerte del camino, y con el arrojo como escudo se alistó para combatir contra la corona de un rey con pretensiones de expandir su poderío.

El guerrero, sin lanzas ni armaduras que su propia coraza de bata blanca, va presto, a derribar gigantes tan temibles, tan invencibles como el SARS-COV-2 en Italia.

Pero Lázaro Alarcón González no teme, cuenta que ha enfrentado seres descomunales como el Ébola, y otros de más espantosa envestidura como la pobreza, que mata sin darte el derecho a luchar por la vida.

A él, le vale además, la experiencia de casi 40 años en el sistema nacional de Salud Pública, como enfermero en el policlínico Raúl Podio, de Media Luna, donde echó raíces no solo profesionales sino familiares.

Profesionales de Granma combaten coronavirus en varios países

Destacan prestigio de la medicina cubana

“El miedo es lo mejor que se puede sentir”

A él, le valen también, aquellas heridas desgarrantes suturadas con profunda sensibilidad en África, las enseñanzas aprehendidas en Venezuela y en cualquier otro espacio de la geografía donde latió un corazón y socorrió sus gemidos.

“Mi profesión es muy sensible. Tratar a las personas, verlas curadas; salvar vidas, son cosas que me enorgullecen”.

A él, le vale el humanismo inherente a su estirpe cubana, que no repara en circunstancias, en el poder adquisitivo del bolsillo, o en el color de piel.

A él, le vale la lealtad a los principios médicos, donde salvaguardar la vida, es la matriz humanista que transgrede protocolos y se convierte en el quehacer cotidiano.

Y aunque no pocos creen en la dignidad, y otros dan por extinguida la bondad a ultranzas, el dinero no es el móvil que lo seduce a cruzar fronteras, mucho menos en medio de una tragedia.

“Alguien tiene que salirle al paso. Triunfaremos. Nosotros no somos los superman de la tierra, pero con toda la responsabilidad y entrega, se puede llegar a un final exitoso”.

En ese reto, donde la muerte lo acecha en este paso por destronar al monarca que tiene al mundo en vilo, no vacila en temores, está convencido otra vez de que triunfará el ejército Henry Reeve.

Mas, si alguna vez siente que flaquea o entre sollozos se le escapa el miedo, es el alma que se burla del recuerdo de la voz al teléfono del más pequeño de los tres que ya sabe decir “papá”.

Y estas líneas nacidas a partir de una llamada telefónica de no más de 20 minutos, sin sabernos uno al otro parte de este mundo, me hincharon de orgullo, sobre todo cuando al despedirse insistió en un saludo cordial a los médicos, de manera especial, enfatizó, a los granmenses, esos que se han codeado en la rutina de rigorosos golpes que impone la existencia.

“Regresaré, estoy seguro de que regresaré más fortalecido como persona”.